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No cualquiera pone su nombre a su negocio. Solo se hace cuando después de recorrer camino se tiene la confianza y la certeza de que el producto o el servicio que se ofrece representa el alma de quien lo apadrina y nombra. Así, las expectativas son máximas cuando se llega a la puerta del hotel de cinco estrellas en el barrio de Salamanca de Madrid que alberga el restaurante de Ramón Freixa. La reserva se hizo con semanas de antelación y ha sido objeto de múltiples SMSs y correos electrónicos. También de una medida coercitiva para prevenir el “no show” tan dañino. En un día de mucho calor es incómodo y feo alcanzar la recepción, donde se encargan de hacerte saber que has llegado a un espacio nuevo y mejor. Amabilidad, sonrisas y el propietario, presente, como debe ser y como nos gusta. Mesa para dos, sofá corrido de esquina, mantel de hilo y cubiertos ¿de plata? Agua fresca que se agradece, antes de escoger el menú. Hay seis posibilidades. Tres menús con o sin maridaje. Los precios van de 100€ a 265€ por persona. Los platos se van sucediendo con mayor o menor fortuna. Para gustos, colores y van desde un intrascendente “Pollo campero al ajillo” que parece una broma, hasta unos excelentes “Espárragos blancos con su cuajada, salteado y crudo; Miso de rábano; Yema de espárrago al graten”. Esta frase encabeza la carta: “Toda la filosofía de mi cocina, igual que en el arte y en la vida, gira alrededor de la obtención de la felicidad. Entrar en mi restaurante supone estar dispuesto a vivir una experiencia gastronómica de felicidad” No pretendo escribir una crítica, pero contaré algunas observaciones que enmarquen la frase del Sr. Freixa: • En un menú de 250 palabras, solo conté una falta de ortografía. ¿Una tontería? ¡Ay si tú supieras lo que hay por ahí! • Conté cinco uniformes diferentes en el competente equipo de sala: propietario, maître, sumiller, camarero y camarera • Conté más de 20 objetos sobre la mesa en algún momento. Además de los imprescindibles, bajoplatos, bandeja con tres cerezas, florero con flores frescas, copas, sal, pimienta, aceite, mantequilla… • La ración del plato principal es ridículamente pequeña. El tamaño del salmonete era el de dos sellos de correos. Real • Una parte del menaje está personalizado con la palabra Freixa, lo que lo convierte en único • Nos cambiaron la servilleta antes del postre. Ya lo he visto otras veces. No la tenía yo tan sucia… • Al servirnos los postres, el Sr. Freixa se acercó a preguntar. Muy amablemente, escuchó nuestras opiniones hasta el final. Sin interrumpir ni una sola vez. Luego habló con fundamento y dando respuestas a nuestros comentarios nos explicó su visión de “una experiencia gastronómica de felicidad” • La copa del cava Burbujas, que nos pareció excelente, cuesta 9€. Puede que el bar del hotel que aloja el restaurante sea más caro • La factura es amable. Se puede venir a este sitio sin miedo. No cada semana. Ni cada mes, pero por 100€ por persona tendrás un recuerdo imborrable. Los restaurantes top de España son accesibles a diferencia de lo que pasa en los países vecinos • A la salida nos dieron un sobre que contenía nuestro menú. Tenía una equivocación en un plato Pine y Gilmore, describieron en 1998 la economía de la experiencia como la que seguirá a la agraria, la industrial y la más reciente de los servicios. Tomándolo como base, se puede decir que las experiencias gastronómicas han de ser: auténticas, memorables, alineadas con los valores y las capacidades de los clientes, comunales y conectadas con la cultura gastronómica del entorno geográfico en la que tienen lugar. Según este criterio, sabrás si da la talla o no. Si prefieres que tu dinero tenga reflejo en el plato y no en el boato, no vengas aquí a comer. Ven si quieres vivir una experiencia. Gastronómica sí. Seguro. De felicidad no sé. Depende de ti. Para mí, merece la pena si tienes los 100€.